“Nadal vs Alcaraz: la primera final de la que no hemos escrito”, anuncia una gigantesca línea que Netflix está a punto de instalar en la plaza de Pedro Zerolo, corazón de la ciudad en el céntrico barrio de Chueca. Supongo que tendrás otros trajes en diferentes lugares de la capital y en diferentes ciudades, incluso puede que lo hagas en otros países, no lo sé. Y esa no es la única publicidad del evento desaparecido en la zona. Las paredes donde suelen anunciar los grandes conciertos estarán cubiertas de carteles promocionando “el evento deportivo más esperado”, afirmando que, espero, no hay ninguna verdad sobre el bien del deporte en general y del tenis en particular. Incluso por un simple testimonio de esperanza, para seguir manteniendo intacta la seguridad de la humanidad.
Sus creadores lo llaman Batidor de Netflix, que es una manera grandilocuente (publicitariamente jugosa, lo reconozco, supongo que también efectiva) de referirse a un simple partido de exibición, que a su vez es lo opuesto a la alta competición y al espíritu más resplandeciente del deporte profesional. Pero entre los americanos el gusto es este tipo de espectáculos ultraprocesados, mejor si se celebra en Las Vegas y es deseado por algunos de sus grandes casinos, que siempre muestran un enorme interés desde el punto de vista de las propinas y del juego más grande. . menos organizado. Incluso mediático: si en 2018 fue Turner Sports el que nos ofreció el partido de pago entre Tiger Woods y Phil Mickelson (lo bautizó como El partidopero enseguida me enteré del Torneo Diez Millones de dólares), ahora Netflix ha decidido internacionalizarse y aprovechar una de las atracciones que ofrece el Mandalay Bay Resort & Casino de Las Vegas.
No sé si se trata de una tendencia triste, perniciosa o puramente especulativa dentro del mundo actual, pero está claro que es una tendencia. Cada vez son más las voces que piden una simplificación del producto hasta consumirlo únicamente con la pulpa. “Esto es lo que piden las nuevas generaciones”, se disculpan. Y no digo que no sea seguro, sólo que el cliente no siempre tiene la razón y el público necesita poder educarlo. Hechos como este, o como el reciente pastiche entre Inter Miami y Al Nassr, se decidieron entre Messi y Cristiano Ronaldo, retransmitidos en directo por una televisión privada de nuestro país, sólo para contribuir al entretenimiento deportivo de quienes terminarán renunciando al oferta si no si cumples los caprichos. Y es tan extraño como un vagabundo, el público piensa lo mismo que una mascota o un niño.
Luego se discutirán también las justificaciones de la futura Superliga de fútbol: el público quiere más acciones -por defecto- entre los grandes clubes del continente y menos meritocracia. Luego, como en el duelo entre Nadal y Alcaraz, que tiene mi barrio inundado de carteles, vemos un interés puramente económico. Y sí, además. Otra cosa es que sea previa, aconsejable o incluso verosímil, como si fingiéramos haber creído en el buen uso de la publicidad, que en estos casos casi siempre gana dinero o empatiza. ¿Quieres ganar el Torneo de los diez mil dólares? En realidad, Tiger y Mickelson cogieron un nuevo botón ellos mismos. Y de ello son, en parte, las grandes cartas y los gigantescos carteles: promesas tan vagas que ni lo que pasa en Las Vegas queda, sí, en Las Vegas.
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