El Tour Colombia regresa después de cuatro años de alegría y la vida parece ser diferente.
El cambio climático obliga, acelerando el fuego, a cambiar los libros de texto, la historia y la ropa. Parece que los pisos termos fueron una invención, lingüísticamente tan clara, y Humboldt, el científico alemán que describió la naturalidad andina, un fantasioso; la ruana, un lienzo decorativo, y Los Muiscas, los indígenas de Boyacá, nada menos que el nombre de un barrio de Tunja donde se plantan modernos rascacielos, universidades y colegios privados bilingües con magníficas salas de informática. Y como fueron los grandes ciclistas del pasado, del Zipa Indomable nunca se fueron ni Cochise Rodríguez ni Lucho ni Fabio Parra.
Perderás de vista el maravilloso concepto de Humboldt de que en Colombia la temperatura promedio diaria define la altitud, del calor tropical de Cartagena al nivel del mar, en el primer piso, en el lado frío del piso frío, en la meseta de Tunja y más en Boyacá a 2.800 metros, donde pega el fuerte sol al iniciar nuevamente el Tour Colombia.
Colombia se mantiene tranquila en el caos, aunque el cambio cultural afecta el alma, la historia, las raíces, el ciclismo y el Tour Colombia. En los años 20 al 24 en los que no hubo carrera, todo cambió. Nadie te invita a las calles gloriosas que te cuentan historias e historias en la subida, y murió el locutor de Agudelo, la voz gruñona que narraba historias de la vieja Vuelta a Colombia, la astucia, la moto con agua en lo alto de la fila, Sé que los jóvenes fueron criados, descubiertos en Chaves y soñados.
Ahora, en la tercera década del siglo XXI, las historias del ciclismo las escribe Andrés López López, novelista que fue cocainómano durante 15 años y narcotraficante, Florecita en nombre de la guerra, médium del Cártel del Norte del Valle , antes de incorporarse a la DEA en Estados Unidos en 2001. “Encarcelado durante varios años, fue condenado a prisión por buena conducta y por cooperar, y en los tiempos de muerte en prisión descubrió un nuevo talento, el buen manejo del lápiz. Escriba El Cártel de los Sapos, una historia basada en su peripecia y conocimiento de un nuevo éxito. “Yo fui uno de tantos narcotraficantes que encontraron que la mejor solución era algún día”, contactó López en entrevista en la revista Intercambio hablando del éxito de la telenovela basada en su historia. Después de ser ciclista y triatleta, conoció Miami, donde vive, en Rigo Urán y escribió su vida. La telenovela de Rigo nació a partir del libro, publicado en el verano de 2021, capítulos de un diario de gran éxito que le permitieron a RCN ganar la batalla del hora estelar en Caracol Televisión, y mientras coordina un reality que siempre agarra, Rigo termina leyendo y corrigiendo las penas de prisión de otro libro, de otra vida de ciclista, la de Nairo Quintana.
Nairo, en Instagram, ya en noviembre de 2021, cuando me escuché en Miami para hablar con el autor, anunció Andrés López. “Aquí estás conmigo parcero Andrés, el crack, el mejor escritor que hay en este momento en nuestro país”, dice Nairo en bobina, en lo que parece ser una bicicleta abrazada por el autor. “Bien, estamos haciendo la primera historia de mi vida, la historia contada a través de mí, a través de mi boca. Este Hombre eso era lo que estaba echando lápiz ahí. Estamos en Miami.
Pronto leeremos el libro para poder leerlo y aprenderlo”. El escritor le preguntó: «¿Sabes Miami o no, Nairo?». “Miami me encantó, me voy a vivir aquí”, responde el ciclista, y rectifica. «No, él mentirá».
Rigo vive en Miami.
Si bien el clima de Miami la hace sentir diferente, Nairo es, en cierto modo, el anti-Rigo que también busca trascender la sociedad de su vida ciclista. Quieres seguir construyendo tu personaje, crecer con él. “Nairo es un personaje totalmente diferente a Rigo”, dice Luisa Fernanda Ríos, agente de Nairo, quien esperaba que el libro saliera a la venta en julio y hablaba de negociaciones con Netflix y Amazon para una posible telenovela. “Pero también con una vida muy interesante”. Rigo es paisa, es Medellín, pura nerviosa, acelerada, urbana, moderna, con matices de violencia y pobreza. Nairo es un paisano destrozado del país tradicional, de Boyacá, donde la gonorrea y la fiebre, tantas habituales en la conversación cotidiana del país, y tan gastadas en las calles, son pecado en las tierras frailes de sumercé.
Nairo atraviesa el escenario de presentación de la tercera etapa de la Vuelta a Colombia, que sube desde Tunja y finaliza también, en Los Muiscas, y es un boyacense de toda la vida, tradicional, alérgico al vértigo. “¡La tierra de sumercé!”, proclama, repite, se enorgullece del uso de una palabra que se usaba en la época colonial, la vieja y apolizada Castilla, es bendito, y también se usa para dirigirse a los demás, mucho respeto. Y luego se lo tragaron por una carrera que inició el siglo XXI, a Mark Cavendish que estuvo solo, con todos, en las inhóspitas ascensiones a las montañas de casi 2.900 metros que rodean Tunja, y dando premios a la afición, y algunos se los prestan. suyo iPhone para que se tome selfies, y así encuentra a los ingleses contentos con tal fanatismo que tanto necesita ser absorbido por las historias de los ciclistas. Es el pueblo de Nairo y ataca la línea final. Nairo pretende seguirles, pero no puede. Ganan a Boyacá Miami, reggaetón y risas. Con Rigo por los Cerros de Nairo hay otros. Llegan con unos segundos de ventaja a la portería. Gana Alejandro Osorio, camisa tricolor, también doble amarillo, el Poni que le dicen, y su pluma de cresta de gallo, que siempre gana en Tunja. Al cabo de 10 días se llevó a cabo el campeonato nacional. Luego tomó segundo, y vio rojo, a Rodrigo Contreras, nuevo líder de la carrera, que finaliza el domingo.
La pasión jalea. Es el triunfo de las tripulaciones propias ante los sobrios del WorldTour, que doblan el hombro, luego el Pony, la paisa del Carmen del Viboral, pese al 2020 Bahrein de la pandemia, y Rodrigo Contreras, de Villa Pinzón, en el altiplano. El piso frío, que corrió en Astana, son dos retornados de la aventura europea. Alejo, como dice Osorio, desde hace 25 años, también es un retornado del pozo negro de la depresión. Cuando lleva el tricolor de la campaña en el pecho, se lo saca, se lo pega a la piel, a su altura, y pregunta: ‘Me parece bueno, ¿eh? Después de haber levantado la mano hasta el pelaje y manipularlo, la cresta del gallo, que es su pluma, sigue enhiesta, dominador. Son gestos de quienes protegen su autoestima, tan dañada cuando los bahreiníes se desesperaron de ellos por una suma de niños indisciplinados. “No fue tan grave como destruir a una persona. Destroyeron mi carrera”, recuerda sin enfado, ahora que se siente nuevo con el florecimiento de su talento.
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