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En esta sociedad líquida que vive a base de lecciones y fotos de Instagram, renunciar a lo mejor es dar la razón a las personas, la mayoría de las veces, que navegan en estos mares. No es muy habitual que el heraldo de la Amargura lo mantenga en la exposición abierta de Cajasol dedicada a San Juan Bautista, y San Juan de la Palma es el nombre del templo que lleva tres iniciales. Porque no es frecuente que una entidad pueda reunir las obras de Murillo, Montañés, Juan de Mesa, Cornelio Schut, La Roldana, Luis Salvador Carmona, Arce, Cristóbal Ramos… y componer con ellas un recorrido de una calidad que deja abrumador.
Alguien más dijo: «Sí, pero a estas exposiciones no viene gente porque tienen mucha altura; La gente viene a no pagar ninguna penalización». Lo mismo es que el público, también en este caso, se ha acostumbrado a las hamburguesas y ha disfrutado del buen gusto. Hermanos como Amargura que tuvieron excelencia en su identidad ya no podían estar a gran altura con esa mirada venerada en la representación que ostentaba el Arte en San Juan de la Palma, tan desconocido para el mundo cofrade, porque no se vende a nadie. Si estaba en el camino de las obras del Museo del Prado y al final no llegó, pero apuntar a la articulación de la exposición es lo mejor que he visto en mucho tiempo. Enhorabuena.
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